domingo, 30 de septiembre de 2012

Viaje a Berlín, Agosto 2012. 4º día




Loli quiere ir a ver tiendas. A mí no me apetece. Paseando en el bus turístico habíamos pasado varias veces por delante de un edificio de tiendas, un centro comercial, de Alexanderplatz. Muy bonito, con una fachada de color rojizo. Se llama Alexa y esta mañana de jueves Loli entra en él y yo me voy a recorrer los alrededores. Estoy una hora haciendo fotos aquí y allá. Fotografío detalles, gente. AlexanderPlatz es enorme. Tiene la Torre de Comunicaciones, un edificio de casi 300 metros de altura al que no me atrevo a subir por culpa de mi vértigo. Tiene la típica fuente de todas las plazas, tiene la iglesia de San Nikolai que es la más antigua de Berlín, tiene césped, tiendas, restaurantes, una estación de trenes, el Ayuntamiento. Por supuesto la plaza está en obras, hay obras por toda la ciudad. Intento abarcar y entender Alexanderplatz pero me cuesta. Investigo para saber desde dónde sale el autobús que deberemos tomar para ir al aeropuerto. Por todo ello estoy casi una hora. Me llama Loli. Necesita una hora más para seguir recorriendo tiendas. De acuerdo. Yo sigo  lo mío. Alexaderplatz es más centro de Berlín que el propio centro que vendría a ser la Puerta de Brandenburgo. Hay mucho tráfico y muchas bicicletas. Cantidad de gente en bicicleta, incluso gente elegantemente vestida pedalea: glamour y bici sí son compatibles. Y eso que en Berlín es difícil ir en bicicleta; en la mayoría de calles el carril bici es una línea pintada en el suelo, los ciclistas han de ser un poco kamikazes.

Casi sin querer entro en una de las travesías y penetro en Hackecher, un barrio que no tenía previsto conocer. Hay un mercadillo más que interesante y la estación de tren más antigua de la ciudad con una fachada muy bien decorada, con azulejos ladrillo rojo. Las calles de los alrededores prometen. Mucha gente moderna, tiendas  y calles estrechas. Llego tarde a recoger a Loli. Ella me espera con una bolsa en el brazo. El botín de su paseo por las tiendas ha sido: unos zapatos y una blusa. Quiere entrar en C&A que está en la misma plaza. Entramos. Tiene 4 plantas y es parecido al de Palma.

Vamos a comer a Nordsee, un self-service especializado en pescado y marisco cercano a Alex que ya tenía fichado. Tienen una curiosa ensalada. Curiosa porque viene servida en una fuente comestible. Es decir, te comes la ensalada y después el recipiente. Pero se les había acabado. Comemos salmón y otro tipo de ensalada en sus correspondientes platos cerca de la ventana. Hay bullicio. Las camareras y la cajera chillan como locos. Sobre todo la cajera una mujer mayor con pelo rojo y flequillo negro. Comienza a llover.
Entramos en un bar cercano a Hackcher que sirven Bubble Tea. Consiste en un vaso en el que ponen té más un sabor a elegir (yo elijo mango) más unas bolitas (las bubbles) también de sabor a elegir (yo elijo fresa) todo bien removido por una máquina y servido con una pajita de diámetro ancho. Loli pide un café con leche. El Bubble Tea está buenísimo, las bolitas de fresa estallan la boca. Estamos un buen rato venga aspirar bubbles. 

La lluvia va en aumento. Nos compramos un par de paraguas baratos y Loli decide entrar en una peluquería pegada al Bubble Tea. La llevan cuatro chavales ultramodernos que había podido ver en mi anterior paseo por la zona. Estaban en la puerta sentados y charlando. Pelos de colores, sienes rapadas, melenas superlacias, modernidad atemporal. 4 chicas y una chaval amaneradísimo. Allí sentados yo creo que estaban posando. A Lola la atiende el chico. Es un rubio gay con las uñas pintadas de azul. Resulta ser un crack. Al lavar el pelo en realidad lo masajea, no emplea el cepillo para nada. Al final, eso sí, usa la plancha. Le hace un peinado con los pelos hacia adelante. Lola queda encantada. Precio 14 euros. Mientras esperaba me he enterado de que muy cerca está Hakecher Hoffë: patios con comercios. Hacia él vamos.

De camino, Lola pasa por el mercadillo y se hace con un anillo de plata, una alianza enrejada estupenda.

Hakecher Hoffë. Es un conjunto de patios llenos de tiendas y plantas. Con edificios rehabilitados alrededor de los patios que estuvieron a punto de tirarse. En los bajos están las tiendas y en los pisos vive gente: mamones que han sabido elegir. Las tiendas son sencillas y algunas están llenas de productos del nuevo diseño berlinés que no está nada mal. La lluvia arrecia y cambiamos los planes. Decidimos entrar en el museo de la RDA que anda cerca para, por lo menos, estar a cubierto y entretenidos. Busco el museo en el plano y se me acerca un vecino, un señor mayor con dificultades para caminar arrastrando el carrito de la compra. “Can I help you?” me dice. Le digo que sí y me da todo tipo de detalles sobre la situación del museo de la RDA y además una comentario sobre lo interesante que es lo que nos encontraremos allí. Le entiendo solo la mitad o menos. Eso nos ha pasado varias veces, la gente es amable y abierta en Berlín. Eso de ayudarte sin que se lo pidas parece que es muy normal entre ellos. ¿Dónde están las cabezas cuadradas teutonas, la sequedad de carácter? Una patraña interesada, creo yo que es.

El museo está lleno. Sólo cuesta 6 euros. Muestra fotos y objetos de la vida en la RDA. Está lleno de armaritos y juegos para que la gente toque y manipule. Me hago una foto dentro de un Trabant que tienen expuesto. Loli también. La vida en la RDA se parece mucho a la vida que llevábamos en España cuando en España gobernaba el azote del comunismo: Franco. Vulgaridad, pobreza, vigilancia de todo y de todos, sospechas, seguimientos, crueldad…

Ya  no llueve. Decidimos hacer por fin a una visita que teníamos pendiente desde el segundo día: Suarezstrasse, la calle con nombre español del distrito de Charlottenburg por la que pasamos durante el tour del bus turístico. Nos cuesta llegar. Un autobús, un metro, nos pasamos una estación, volvemos atrás, preguntamos y… por fin Suarezstarsse. Hemos llegado tarde. La calle está desierta. Las tiendas de antigüedades que llenan la calle están cerradas. Un restaurante del centro de la calle, lleno. Fachadas guapas y limpias, elegancia un tanto antigua. Llegamos hasta la mitad y volvemos al hotel por la vía rápida del metro. 

Cenamos en el restaurante del hotel que está abierto también al público. Crema de brócoli y pizza. A la cama, tengo los riñones como si fueran de piedra.    

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