domingo, 30 de septiembre de 2012

Viaje a Berlin. Agosto 2012. 3º día



Nos queda un día para poder usar el bus turístico. Planeamos ir  a los sitios que nos gustaron del recorrido del día anterior. No tendremos tiempo de ir a todos, seguro.
Comenzamos por visitar un trozo de Muro de unos 100 metros que todavía se conserva y que está protegido. Cae cerca del hotel. Detrás hay una exposición fotográfica permanente llamada Topografía del Horror. Antes de llegar, por el camino, pasamos por un sitio en el que se organizan una especie de tours en Trabants. El Trabant (le llaman Trabi) fue el coche del pueblo, el que usaba la gente normal en el Berlin comunista. Esta gente de los tours ha pintado los Trabis con colores y dibujos estridentes y organiza los llamados Trabi Safaris. Y tienen un párquing lleno de esos coches ahora curiosos.
El trozo de  Muro que vemos, tocamos y fotografiamos es el Muro crudo y duro. Sin cuadros guapos de artistas famosos como en el East Side Gallery. El Muro sin maquillaje, tal como era. Impresiona. Impresiona tocarlo, es cruel y brutal.
Detrás de esos restos de muro se ha organizado la Topografía del Horror. Fotografías comentadas de la historia reciente de Berlín y de Alemania. De Hitler al muro. Realmente les ha pasado de todo a esta gente.

Bus turístico hacia Gerdamerplatz. Tres palacios de la época prusiana. Un estilo arquitectónico totalmente distinto al del Berlín actual, el Berlín reconstruido. Columnas, majestuosas, cúpulas altas, neoclasicismo. Nada de edificios de metal y vidrio. Nos hacemos fotos. El sol empieza a pegar fuerte por primera vez. Cogemos el bus turístico y no vamos a la East Side Gallery.

Al bajar del autobús vemos una escultura curiosa al otro lado de la calle del muro pintado. Es un gran osito, una especie de peluche de plástico coloreado y gracioso. Es de Homero Britto y está dedicado a los discapacitados intelectuales. Financió la obra Eunice Kennedy, hermana de JFK. Nos hacemos fotos y hacemos una a otra gente.
La East Side Gallery es el trozo de muro más largo que se conserva en Berlin. Mide 1,3 Km y está pintado por unos 60 artistas de diversos países que fueron invitados. Es el museo más grande al aire libre del mundo. Me hago fotos en las obras más famosas. Por ejemplo en la que reproduce la foto en la que Leonidas Breznev, presidente soviético y Erich Honecker presidente de la RDA se dan un beso en la boca. No es que se morreen es su manera de saludarse. Hay algunas obras fantásticas y vale mucho la pena.
Detrás del muro pintado hay una suerte de playa junto al río. Tiene arena y bares y árboles y cabinas de Dj’s y gente tomando el sol en bikini y bañador y rincones lounge. Nos paseamos por esa playita artificial. Confirmamos que los berlineses saben y quieren vivir. Un poco de arena, un poco de sol, un río pequeño… les basta. Creo que vendría a vivir aquí.

Y la siguiente parada: el Reichtag. El parlamento de Alemania. La cúpula de cristal de Norman Foster. Tenemos que hacer cola bajo el sol para la entrada. No tanta como nos dijeron, hemos estado unos 40 minutos. Y ¡Oh, sorpresa! La entrada es gratis. Y está organizada con calendario y horario. Tú reservas el día y la hora a la que piensas ir. Nosotros reservamos las 6 y media del mismo día.

Comemos en el Self-Service que está junto a las taquillas. Yo me calzo un salmón con patatas al horno. Y nos vamos a descansar. Es decir a tumbarnos en el césped de la explanada que está frente al Reichtag. El Reichtag bordea el Tiergarten, el parque verde más acojonante que haya visto nunca. Mide el doble que el Hyde Park de Londres que, en su día me pareció lo más. Tiene árboles, césped, matas, lagunas… Cerca del Reichtag hay edificios de oficinas del Parlamento y el de la cancillería, o sea, donde curra la Merkel. Junto al río, junto al Tiergarten…. bien montado.

Entramos en la cúpula del Reichtag. Es gratis pero la organización es perfecta. Ustedes por aquí, esos otros por allá, control de ascensores para que no haya aglomeraciones, audioguias automáticos para no tener que tocar botones…
La cúpula es bella. Vas subiendo por dentro de ella en espiral y la audioguía va describiendo los edificios de la ciudad que se pueden ver según el sitio en el que te encuentras. Está prohibido hacer fotos pero todo el mundo hace. Yo, también. El eje de la cúpula es de espejos para poder reflejar la luz del día a la sala de sesiones del parlamento. Debajo de la cúpula hay una exposición fotográfica que la rodea. Salimos a la terraza. Nos hacemos fotos y el vigilante no nos hace caso.

Al salir vemos una comitiva de coches y un bus de dos pisos descapotable con gente chillando vigilada por policías en moto con luces intermitentes y música a todo trapo. Serán deportistas celebrando algo, pensé, quizás olímpicos.
En efecto, eran olímpicos. Un equipo de hockey, gente de otros deportes y un chaval rubio con una medalla de oro que debía ser un héroe porque todo el mundo se hacía fotos con él. Lola incluida. “A dónde vas, pero tú estás loca”, “venga tira la foto, rápido”, me dijo abrazada al rubio de la medalla de oro. 

Luego fuimos a la Puerta de Brandenburgo. El símbolo de Berlín. De hecho, el logo oficial de la ciudad es un dibujito de la puerta. Es bella. Es el centro de todo. También le hicimos caso al bulevar Unter den Linden. La avenida más famosa, con sus tilos. Está en obras y luce poco.
Acabamos en el monumento al Holocausto una explanada con unos 2700 bloques desiguales que representan las tumbas de los seis millones de judíos asesinados. Ahí está la tragedia. Impresiona. Y no es un tópico.

Autobús hasta Oranienburguerstrasse para cenar. Nada de chinos. Nos sentamos en un restaurante al lado del río. Nos atiende un camarero cubano gay. Por fin hablamos en español. Lleva 14 años en Berlín pero está pensando en ir a trabajar de director de hotel a España. Yo se lo desaconsejo. Dice que cómo despotricamos contra Merkel si ha hecho tantas cosas buenas. Comemos pizza y ensalada y acabamos sentados en las hamacas que hay frente al río junto a otros berlineses. Empieza a refrescar. Me gusta este verano: sol de día, fresquito de noche: como la primavera mallorquina más o menos.
De camino al hotel, en la misma ribera del río oímos música. Viene de una pista de baile de justo al lado. Bailan tango con mucho empeño. ¿Alemanes bailando tango? Pues, sí.

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