domingo, 30 de septiembre de 2012

Viaje a Berlín. Agosto 2012. 1º día



Llegamos al aeropuerto de Berlín-Tegel. Es cutre para ser de una ciudad europea. Berlín tiene 2 aeropuertos: Shoendel y Tegel. Tegel es un sube y baja escaleras continuo. Shoendel, no lo sé. Cerrarán ambos cuando inauguren el nuevo que tiene casi listo: el Brandenburg. Por lo visto tiene problemas de última hora; no sé qué problemas.
Autobús TXL hasta Alexanderplatz y metro hasta la estación Stadtmitte para llegar al hotel. Elegimos el hotel Kubrat por su proximidad al centro. Y está cerca, sí. Cerca en el mapa. Porque rápidamente comprobaremos que Berlín es grande, tiene avenidas muy largas y lo que en el mapa parece pequeño, en la realidad acaba siendo interminable.
El hotel Kubrat está muy bien. Viejo. Por fuera parece sospechoso. Pero no. La habitación tiene moqueta, mini-nevera, vistas a la Leipziguersatrasse, un pequeño vestidor con armario y un baño en el que se podría bailar. Antiguo, eso sí, los grifos no son monomandos y la almohada…

La recepcionista es una rubia atlética que va a trabajar en bicicleta, al igual que muchos berlineses como también comprobaremos más tarde.
¿Por dónde empezamos? Hay que comer, es la una del mediodía. Tenemos la Postadamerplatz cerca. Allá vamos. Ahí está la Sony Gallery, una plaza formada por enormes edificios modernos, metálicos y acristalados y con una cúpula que luce muy bien, de noche será mejor. Hacemos lo que todos los turistas: leer las cartas de los distintos restaurantes y sentarnos en uno de ellos, el Alex. Los camareros y camareras son jóvenes y delgados. Visten de negro y llevan su máquina de pedidos en un costado, dónde los pistoleros cargan las pistolas. Eficientes, fríos y amables. Hablamos en inglés y nos comemos unas pizzas que no son pizzas pero lo parecen, son finas y baratas.
Estamos cansados por el madrugón y nos vamos al hotel caminando por Leipziguerstarsse, la calle del hotel que en nuestras condiciones se hace interminable. En Postdamerplatz se hace la Berlinale, el festival de cine de Berlin. Casi todos los edificios son altos y estrechos y el muro está presente con algunos trozos. Hablaremos del muro…

Recuperados, por la tarde nos dirigimos a la Puerta de Brandenburgo. Al llegar a la oficina turística, nos cierran en las narices. La Puerta de Brandenburgo está bien pero hay demasiada gente, demasiados despistados. De manera que damos un giro al panorama, cogemos el metro (U-Bahn) y nos vamos a Oraninburgerstrasse. La primera calle de gente guapa y ambiente atractivo de Berlín que pisamos. Bares con terrazas bastante poblados y precios baratos a juzgar por las pizarras de las aceras. Entramos en una tienda con las lámparas de diseño más graciosas que haya visto en mucho tiempo. Luego: fotos en la Berliner Dom la catedral protestante de Berlín. Tiene tres cúpulas de cobre verde, es bella se mire por donde se mire, está cerca del rio y tiene parque al otro lado. Entramos en la AlexanderPlatz y más parques. Empezamos a conectar con uno de los trucos de Berlín: los parques, el césped, su secreto de la vida plácida. Hay por todo. Paseamos por la ribera del Speer cercana a Oranienbugerstrasse. Un montón de gente sentada en hamacas charla plácidamente frente al río y dando la espalda a los bares y restaurantes.

Acabamos comiendo en Asia Gourmet, en Alex. El nombre lo dice todo. Es un autoservicio de chinos o tailandeses o ambos mezclados que está en los sótanos de la plaza pero que encontraremos en muchos sitios. Comemos ensaladas con el típico sabor a salsa de soja ricas y baratísimas, unos 4 o 5 euros por plato.


Y al hotel. El cuerpo ya pide tregua.

Viaje a Berlín. Agosto 2012. 2º día



Llegamos un poco tarde a la primera parada del autobús turístico. Está en Kunfursterdamstrasse, más allá del súper-parque Tiergarten. Cogemos el bus amarillo, 22 euros el tícket válido para dos días. Hacemos el trayecto completo que dura aproximadamente 2 horas y media. Solemos hacer lo mismo en todos nuestros viajes: primero una toma de contacto general y luego ya iremos a los sitios que más nos impacten. El bus lleva audio-guía en castellano. La impresión que me causó fue muy buena. Hace sol. Berlín entra bien a la primera impresión. Pasamos por todos los lugares, monumentos y calles míticos. Esta ciudad está muy tocada por el tema Muro. Cualquier comentario sobre cualquier sitio de la ciudad incluye alguna referencia al Muro. El Muro es un drama, es un morbo, es un atractivo irresistible. Preferimos no bajar en ninguna parada y tomamos nota de lo mejor. Al final del recorrido hemos pasado por una calle que a mí se me hizo curiosa, la Suarezstrasse. ¿Una calle con nombre español? Quedamos en que, en algún momento volveremos para verla mejor.

Comemos en la famosa 7ª planta de los famosos grandes almacenes KaDeWe. Fama merecida. Un buffet frondoso, variadísimo, brutal con unos postres es-pec-ta-cu-la-res. Más barato de lo que pensaba. Comemos bien por 30 euros os dos. Y comemos sentados en una silla y en un sofá de diseño. El sofá es morado con un respaldo asimétrico; eso también se paga ¿No? Nos hacemos fotos pero no recorremos los almacenes, no hemos venido a Berlín para eso. Tomamos el bus turístico para ir hacia el primero de nuestros lugares a visitar: el Checkpoint Charlie en Friedichstrasse. Está cerca del hotel. Yo quiero ir a descansar y reponer fuerzas. Lola dice: no.

El Checkpoint Charlie fue el punto de guardia y control, puesto fronterizo que separaba la zona americana de la soviética al acabar la 2ª guerra mundial. Antes de nada entramos en un Starbucks que está justo al lado. Los Starbucks son famosos por sus cómodas butacas. Un capuchino para Lola, un té verde para mí. Estamos allí cerca de una hora que aprovecho para explicar a Lola la cuestión de las dos Alemanias y lo del Muro de Berlín de después de la guerra. Y cómo se trazaron las fronteras.
El Checkpoint Charlie, actualmente, consiste en una caseta, replica de la que había en 1945, un montón de sacos terreros típicos de las guerras, todo plantado en mitad de la calle y dos tipos (uno de ellos era una mujer) vestidos de soldado escenificando que son los guardias. No son guardias, hacen show. Por unos euros te ponen los sellos de visado en una especie de pasaportes postizos, tal como se hacía en su momento. Pero ahora se hace con buen humor. Por 3 euros te puedes hacer una foto junto a ellos con la caseta de fondo. Nosotros nos hicimos fotos, pero sin soldados.

En este mismo lugar se plantaron, un día de postguerra, tanques americanos frente a tanques soviéticos. ¿Para comprobar quién era el más chulo? Fue una de las múltiples escaramuzas de la guerra fría.
Entramos en el museo que está justo al lado del Checkpoint Charlie. 12 euros la entrada. Es algo así como el museo del Muro y sus protagonistas. Un tanto abigarrado. El sitio es demasiado pequeño para tanto material. Sin duda, lo más curioso del museo es la muestra de los métodos que usaron en su día los alemanes del este para pasar al oeste. Increíbles. Pasaron o intentaron pasar en depósitos de gasolina, en máquinas de soldar, en globo, en piragua… una mujer coló a su hijo de cuatro años en el carrito de la compra; el carrito estaba expuesto en el museo. El niño iba dormido con somníferos y el chaval se puso a hablar en sueños en mitad de la aventura. Pero por lo visto la cosa acabó bien.

Los comercios empiezan a cerrar y las calles se van quedando desiertas. Necesitábamos fruta y pasta de dientes. Tenemos que caminar hasta localizar un Lidl abierto. Una pareja de jóvenes españoles están igual que nostros. ¿Dónde cenamos? El bus turístico ya no pasa, ha acabado la jornada a las 6 de la tarde. Nos vamos a la Postdamer en metro. Llegamos de noche. Contemplamos algunos trozos de muro pintarrajeados y las fotos explicativas. El muro partía en dos la Postdamer.
La cúpula de Sony Center está iluminada. Ahora es de color fucsia, muy bonita. Comemos una gran ensalada para dos y una botella de agua. El agua vale 5,50 euros. Comentamos con estupor que si hace años nos hubieran dicho que llegaríamos a pagar casi 1000 pesetas por una botella de agua no nos lo hubiéramos creído ni locos.
Fin del día. Al hotel.

Viaje a Berlin. Agosto 2012. 3º día



Nos queda un día para poder usar el bus turístico. Planeamos ir  a los sitios que nos gustaron del recorrido del día anterior. No tendremos tiempo de ir a todos, seguro.
Comenzamos por visitar un trozo de Muro de unos 100 metros que todavía se conserva y que está protegido. Cae cerca del hotel. Detrás hay una exposición fotográfica permanente llamada Topografía del Horror. Antes de llegar, por el camino, pasamos por un sitio en el que se organizan una especie de tours en Trabants. El Trabant (le llaman Trabi) fue el coche del pueblo, el que usaba la gente normal en el Berlin comunista. Esta gente de los tours ha pintado los Trabis con colores y dibujos estridentes y organiza los llamados Trabi Safaris. Y tienen un párquing lleno de esos coches ahora curiosos.
El trozo de  Muro que vemos, tocamos y fotografiamos es el Muro crudo y duro. Sin cuadros guapos de artistas famosos como en el East Side Gallery. El Muro sin maquillaje, tal como era. Impresiona. Impresiona tocarlo, es cruel y brutal.
Detrás de esos restos de muro se ha organizado la Topografía del Horror. Fotografías comentadas de la historia reciente de Berlín y de Alemania. De Hitler al muro. Realmente les ha pasado de todo a esta gente.

Bus turístico hacia Gerdamerplatz. Tres palacios de la época prusiana. Un estilo arquitectónico totalmente distinto al del Berlín actual, el Berlín reconstruido. Columnas, majestuosas, cúpulas altas, neoclasicismo. Nada de edificios de metal y vidrio. Nos hacemos fotos. El sol empieza a pegar fuerte por primera vez. Cogemos el bus turístico y no vamos a la East Side Gallery.

Al bajar del autobús vemos una escultura curiosa al otro lado de la calle del muro pintado. Es un gran osito, una especie de peluche de plástico coloreado y gracioso. Es de Homero Britto y está dedicado a los discapacitados intelectuales. Financió la obra Eunice Kennedy, hermana de JFK. Nos hacemos fotos y hacemos una a otra gente.
La East Side Gallery es el trozo de muro más largo que se conserva en Berlin. Mide 1,3 Km y está pintado por unos 60 artistas de diversos países que fueron invitados. Es el museo más grande al aire libre del mundo. Me hago fotos en las obras más famosas. Por ejemplo en la que reproduce la foto en la que Leonidas Breznev, presidente soviético y Erich Honecker presidente de la RDA se dan un beso en la boca. No es que se morreen es su manera de saludarse. Hay algunas obras fantásticas y vale mucho la pena.
Detrás del muro pintado hay una suerte de playa junto al río. Tiene arena y bares y árboles y cabinas de Dj’s y gente tomando el sol en bikini y bañador y rincones lounge. Nos paseamos por esa playita artificial. Confirmamos que los berlineses saben y quieren vivir. Un poco de arena, un poco de sol, un río pequeño… les basta. Creo que vendría a vivir aquí.

Y la siguiente parada: el Reichtag. El parlamento de Alemania. La cúpula de cristal de Norman Foster. Tenemos que hacer cola bajo el sol para la entrada. No tanta como nos dijeron, hemos estado unos 40 minutos. Y ¡Oh, sorpresa! La entrada es gratis. Y está organizada con calendario y horario. Tú reservas el día y la hora a la que piensas ir. Nosotros reservamos las 6 y media del mismo día.

Comemos en el Self-Service que está junto a las taquillas. Yo me calzo un salmón con patatas al horno. Y nos vamos a descansar. Es decir a tumbarnos en el césped de la explanada que está frente al Reichtag. El Reichtag bordea el Tiergarten, el parque verde más acojonante que haya visto nunca. Mide el doble que el Hyde Park de Londres que, en su día me pareció lo más. Tiene árboles, césped, matas, lagunas… Cerca del Reichtag hay edificios de oficinas del Parlamento y el de la cancillería, o sea, donde curra la Merkel. Junto al río, junto al Tiergarten…. bien montado.

Entramos en la cúpula del Reichtag. Es gratis pero la organización es perfecta. Ustedes por aquí, esos otros por allá, control de ascensores para que no haya aglomeraciones, audioguias automáticos para no tener que tocar botones…
La cúpula es bella. Vas subiendo por dentro de ella en espiral y la audioguía va describiendo los edificios de la ciudad que se pueden ver según el sitio en el que te encuentras. Está prohibido hacer fotos pero todo el mundo hace. Yo, también. El eje de la cúpula es de espejos para poder reflejar la luz del día a la sala de sesiones del parlamento. Debajo de la cúpula hay una exposición fotográfica que la rodea. Salimos a la terraza. Nos hacemos fotos y el vigilante no nos hace caso.

Al salir vemos una comitiva de coches y un bus de dos pisos descapotable con gente chillando vigilada por policías en moto con luces intermitentes y música a todo trapo. Serán deportistas celebrando algo, pensé, quizás olímpicos.
En efecto, eran olímpicos. Un equipo de hockey, gente de otros deportes y un chaval rubio con una medalla de oro que debía ser un héroe porque todo el mundo se hacía fotos con él. Lola incluida. “A dónde vas, pero tú estás loca”, “venga tira la foto, rápido”, me dijo abrazada al rubio de la medalla de oro. 

Luego fuimos a la Puerta de Brandenburgo. El símbolo de Berlín. De hecho, el logo oficial de la ciudad es un dibujito de la puerta. Es bella. Es el centro de todo. También le hicimos caso al bulevar Unter den Linden. La avenida más famosa, con sus tilos. Está en obras y luce poco.
Acabamos en el monumento al Holocausto una explanada con unos 2700 bloques desiguales que representan las tumbas de los seis millones de judíos asesinados. Ahí está la tragedia. Impresiona. Y no es un tópico.

Autobús hasta Oranienburguerstrasse para cenar. Nada de chinos. Nos sentamos en un restaurante al lado del río. Nos atiende un camarero cubano gay. Por fin hablamos en español. Lleva 14 años en Berlín pero está pensando en ir a trabajar de director de hotel a España. Yo se lo desaconsejo. Dice que cómo despotricamos contra Merkel si ha hecho tantas cosas buenas. Comemos pizza y ensalada y acabamos sentados en las hamacas que hay frente al río junto a otros berlineses. Empieza a refrescar. Me gusta este verano: sol de día, fresquito de noche: como la primavera mallorquina más o menos.
De camino al hotel, en la misma ribera del río oímos música. Viene de una pista de baile de justo al lado. Bailan tango con mucho empeño. ¿Alemanes bailando tango? Pues, sí.

Viaje a Berlín, Agosto 2012. 4º día




Loli quiere ir a ver tiendas. A mí no me apetece. Paseando en el bus turístico habíamos pasado varias veces por delante de un edificio de tiendas, un centro comercial, de Alexanderplatz. Muy bonito, con una fachada de color rojizo. Se llama Alexa y esta mañana de jueves Loli entra en él y yo me voy a recorrer los alrededores. Estoy una hora haciendo fotos aquí y allá. Fotografío detalles, gente. AlexanderPlatz es enorme. Tiene la Torre de Comunicaciones, un edificio de casi 300 metros de altura al que no me atrevo a subir por culpa de mi vértigo. Tiene la típica fuente de todas las plazas, tiene la iglesia de San Nikolai que es la más antigua de Berlín, tiene césped, tiendas, restaurantes, una estación de trenes, el Ayuntamiento. Por supuesto la plaza está en obras, hay obras por toda la ciudad. Intento abarcar y entender Alexanderplatz pero me cuesta. Investigo para saber desde dónde sale el autobús que deberemos tomar para ir al aeropuerto. Por todo ello estoy casi una hora. Me llama Loli. Necesita una hora más para seguir recorriendo tiendas. De acuerdo. Yo sigo  lo mío. Alexaderplatz es más centro de Berlín que el propio centro que vendría a ser la Puerta de Brandenburgo. Hay mucho tráfico y muchas bicicletas. Cantidad de gente en bicicleta, incluso gente elegantemente vestida pedalea: glamour y bici sí son compatibles. Y eso que en Berlín es difícil ir en bicicleta; en la mayoría de calles el carril bici es una línea pintada en el suelo, los ciclistas han de ser un poco kamikazes.

Casi sin querer entro en una de las travesías y penetro en Hackecher, un barrio que no tenía previsto conocer. Hay un mercadillo más que interesante y la estación de tren más antigua de la ciudad con una fachada muy bien decorada, con azulejos ladrillo rojo. Las calles de los alrededores prometen. Mucha gente moderna, tiendas  y calles estrechas. Llego tarde a recoger a Loli. Ella me espera con una bolsa en el brazo. El botín de su paseo por las tiendas ha sido: unos zapatos y una blusa. Quiere entrar en C&A que está en la misma plaza. Entramos. Tiene 4 plantas y es parecido al de Palma.

Vamos a comer a Nordsee, un self-service especializado en pescado y marisco cercano a Alex que ya tenía fichado. Tienen una curiosa ensalada. Curiosa porque viene servida en una fuente comestible. Es decir, te comes la ensalada y después el recipiente. Pero se les había acabado. Comemos salmón y otro tipo de ensalada en sus correspondientes platos cerca de la ventana. Hay bullicio. Las camareras y la cajera chillan como locos. Sobre todo la cajera una mujer mayor con pelo rojo y flequillo negro. Comienza a llover.
Entramos en un bar cercano a Hackcher que sirven Bubble Tea. Consiste en un vaso en el que ponen té más un sabor a elegir (yo elijo mango) más unas bolitas (las bubbles) también de sabor a elegir (yo elijo fresa) todo bien removido por una máquina y servido con una pajita de diámetro ancho. Loli pide un café con leche. El Bubble Tea está buenísimo, las bolitas de fresa estallan la boca. Estamos un buen rato venga aspirar bubbles. 

La lluvia va en aumento. Nos compramos un par de paraguas baratos y Loli decide entrar en una peluquería pegada al Bubble Tea. La llevan cuatro chavales ultramodernos que había podido ver en mi anterior paseo por la zona. Estaban en la puerta sentados y charlando. Pelos de colores, sienes rapadas, melenas superlacias, modernidad atemporal. 4 chicas y una chaval amaneradísimo. Allí sentados yo creo que estaban posando. A Lola la atiende el chico. Es un rubio gay con las uñas pintadas de azul. Resulta ser un crack. Al lavar el pelo en realidad lo masajea, no emplea el cepillo para nada. Al final, eso sí, usa la plancha. Le hace un peinado con los pelos hacia adelante. Lola queda encantada. Precio 14 euros. Mientras esperaba me he enterado de que muy cerca está Hakecher Hoffë: patios con comercios. Hacia él vamos.

De camino, Lola pasa por el mercadillo y se hace con un anillo de plata, una alianza enrejada estupenda.

Hakecher Hoffë. Es un conjunto de patios llenos de tiendas y plantas. Con edificios rehabilitados alrededor de los patios que estuvieron a punto de tirarse. En los bajos están las tiendas y en los pisos vive gente: mamones que han sabido elegir. Las tiendas son sencillas y algunas están llenas de productos del nuevo diseño berlinés que no está nada mal. La lluvia arrecia y cambiamos los planes. Decidimos entrar en el museo de la RDA que anda cerca para, por lo menos, estar a cubierto y entretenidos. Busco el museo en el plano y se me acerca un vecino, un señor mayor con dificultades para caminar arrastrando el carrito de la compra. “Can I help you?” me dice. Le digo que sí y me da todo tipo de detalles sobre la situación del museo de la RDA y además una comentario sobre lo interesante que es lo que nos encontraremos allí. Le entiendo solo la mitad o menos. Eso nos ha pasado varias veces, la gente es amable y abierta en Berlín. Eso de ayudarte sin que se lo pidas parece que es muy normal entre ellos. ¿Dónde están las cabezas cuadradas teutonas, la sequedad de carácter? Una patraña interesada, creo yo que es.

El museo está lleno. Sólo cuesta 6 euros. Muestra fotos y objetos de la vida en la RDA. Está lleno de armaritos y juegos para que la gente toque y manipule. Me hago una foto dentro de un Trabant que tienen expuesto. Loli también. La vida en la RDA se parece mucho a la vida que llevábamos en España cuando en España gobernaba el azote del comunismo: Franco. Vulgaridad, pobreza, vigilancia de todo y de todos, sospechas, seguimientos, crueldad…

Ya  no llueve. Decidimos hacer por fin a una visita que teníamos pendiente desde el segundo día: Suarezstrasse, la calle con nombre español del distrito de Charlottenburg por la que pasamos durante el tour del bus turístico. Nos cuesta llegar. Un autobús, un metro, nos pasamos una estación, volvemos atrás, preguntamos y… por fin Suarezstarsse. Hemos llegado tarde. La calle está desierta. Las tiendas de antigüedades que llenan la calle están cerradas. Un restaurante del centro de la calle, lleno. Fachadas guapas y limpias, elegancia un tanto antigua. Llegamos hasta la mitad y volvemos al hotel por la vía rápida del metro. 

Cenamos en el restaurante del hotel que está abierto también al público. Crema de brócoli y pizza. A la cama, tengo los riñones como si fueran de piedra.    

Viaje a Berlín. Agosto 2012. 5º día



Hoy toca un tour a pie por los barrios alternativos de Berlín. Vamos a Alexanderplatz. Llegamos a la parada de Cultour Berlín, los organizadores de la excursión. Resulta que es por la tarde. “¡¿Qué?!”  Pues, sí, miramos el folleto y, en efecto, el tour por los barrios es por la tarde, a las 16 horas. ¿En qué estaríamos pensando?
Nada. Cambio de planes. Lo que teníamos que hacer por la mañana lo haremos por la tarde y viceversa. Lo primero que hacemos es entrar en una tienda de souvenirs de Alex. Las camisetas de Berlín no están mal. Al final compramos una camiseta para Juanma con el muñeco Ampelmann, el muñeco de los semáforos de Berlín. Ese muñeco es otro de los emblemas de Berlín. ¿Por qué? El muñeco que aparece en la luz verde es un hombrecito simpático con sombrero que camina. El de la luz roja es el hombrecito de frente y con los brazos en cruz.  Se ha hecho muy famoso y hay tiendas que venden en exclusiva objetos con el Ampelmann: gomas de borrar con la silueta, trapos de cocina con el hombrecillo bordado, camisetas con el hombre verde delante y el rojo detrás, de todo. 

Y nos vamos a las lagunas del Tiergarten. Vamos en autobús y metro. Menuda paz, menudo lujo. Verde, arboles, agua, limpieza, silencio. Este parque le da importancia y fundamento a la ciudad. Una ciudad con tanto verde, con parques como este demuestra estar hecha para sus vecinos. Ser realmente urbana.

Volvemos a Alex. Comemos en Asia Gourmet otra vez. Yo me comí el plato número 7. Del número del plato de Loli, no me acuerdo. Con la boca excitada por la salsa de soja nos vamos tomar un helado. Después a descansar y hacer tiempo a un bar con sofás de mimbre colgantes como columpios. Me tomo una infusión deliciosa. Loli y yo hablamos de la cantidad de camareros que hay y la calma con la que trabajan Y si contratan a más gente, los sueldos son más altos, todos pagan más impuestos… ¿qué pasa? ¿En dónde está la pasta en España? 

Nos vamos de tour a recorrer los barrios más mestizos, menos turísticos. La guía es una madrileña delgadita muy documentada, simpática y clara en sus explicaciones. Se llama Lua, como la hija de Miguel Ríos. Cogemos el metro y vamos Kreuzberg el distrito más multicultural de Berlín. Lua explica. Kreuzberg es un barrio básicamente turco. Habitado por los turcos que vinieron a reconstruir la ciudad en los años 60. También vinieron españoles que se establecieron en otro barrio . Por lo visto muchos de los turcos de Berlín conservan las tradiciones musulmanas. Incluso más que en Turquía. Estambul se está convirtiendo en una ciudad abierta, se están relajando las exigencias religiosas, pero los turcos de Berlín, al estar fuera de su país, están lejos de esa apertura, como que se empeñan más en conservar sus ritos, su vestimenta, su idioma. 

Lo primero que hicimos fue visitar el mercado. Se establece a lo largo del rio. ¡Qué precios! Verdaderamente baratos: 3 mangos, 1 euro. Loli se compró un fantástico vestido adornado con punto de cruz por ¡5 euros!

Los turcos de los tenderetes chillan (era de esperar) y muchas jóvenes llevan unos atuendos más tradicionales imposible. Pasamos por debajo de la estación de tren que está en el lugar en el que estaba una de las puertas de la ciudad. Cerca hay edificio semicircular barato  lleno de antenas parabólicas, señal inequívoca, según Lua, de que está habitado por la comunidad turca que gracias a ellas pueden sintonizar las emisoras de su país. 

Esta parte de Kreuzberg es muy diferente del resto de Berlín. Hay muy poco verde. Está en las afueras y fue lo último en reconstruirse y la reconstrucción se hizo de mala manera. Siempre igual, siempre pasa lo mismo: a la hora de las obras, donde va a vivir la carne de cañón da igual lo que se haga y se hace de mala gana. En el centro, en Mitte, por ejemplo las cosas funcionaron de distinta manera.

Entramos en una zona con okupas y gente no extranjera que está aquí atraída por los bajos precios. Es curioso el caso de un edificio ocupado hace años. El dueño no ha conseguido desalojar a los okupantes por muchos pleitos que ha entablado. Al final se ha llegado a un acuerdo y a cambio de un módico alquiler, los okupas se encargan del mantenimiento. Además, a la hora de alquilar los bajos para comercios, los mismos okupantes le han exigido  que no se monten negocios “que sean brazos del sistema” como MacDonalds o Burger King. De manera que, en efecto, los negocios de los bajos son: un kebab y un cybercafe. Supongo que el dueño alguna vez, mientras se tira de los pelos, habrá exclamado “Esto no me está sucediendo a mí”   Y en la pared figura un graffitti en alemán: “La revolución es la solución”

Las calles de Kreuzberg están llenas de comercios, restaurantes baratos de varias nacionalidades; los indios se reconocen por el fuerte olor a curry que sale de ellos cuando pasas por delante. Y un local mítico: la discoteca-sala de conciertos SO 36. Que son las siglas del distrito. Por lo visto aquí han estado actuando, en el pasado, gente como Iggy Pop y David Bowie. En esas calles hubo trompadas cada primero de Mayo. Hasta que las autoridades y los vecinos decidieron dialogar y las algaradas se convirtieron en jornadas de fiesta.

Unos graffittis enormes, artísticos, simbólicos se extienden sobre las fachadas frontales y laterales de los edificios del final del distrito. No son los típicos graffittis de letras grandes. No. Son verdaderos frescos que hablan del sistema económico-social, del caos y del cambio climático.

Llegamos al puente Oberbaumbrücke  sobre el rio Spree que separa los barrios de Kreuzberg y Friedricshain. Fue restaurado por Santiago Caltrava y, en efecto, en su estructura, se nota su mano. Cogemos un tranvía y Lua nos conduce al centro del barrio de Friedricshain. Aquí están los edificios más emblemáticos de la Alemania comunista. Todos hechos como en serie. La locura igualitaria prohibía hasta los cambios de sitio de los muebles. Iguales hasta el paroxismo. Edificios que se alinean a lo largo de la avenida Karl Marx, antiguamente llamada avenida Stalin. Se levantaron a toda prisa a base de materiales prefabricados procedentes de la URSS en unas condiciones de trabajo infernales. Tanto que provocaron la primera huelga contra el régimen el día 17 de Junio de 1953. Hubo manifestaciones y los mandos del país vieron peligrar incluso su continuidad. Pero vinieron los tanques soviéticos, ciento y pico de muertos y se acabó lo que se  daba.

Hoy estas viviendas están ocupadas por estudiantes del proyecto Erasmus. A su manera son míticas y, por supuesto, están protegidas y restauradas. Entre nosotros: muchas familias españolas matarían por una de estas viviendas que el “monstruo comunista” mandó construir.

El grupo del “Tour de los barrios” al mando de Lua nos hacemos una foto en la East Side Gallery que está en la misma avenida. Colgará la foto en la web de Cultour Berlín.
Cenamos unos bocadillos baratos en Alex. Nos informaron de que si devuelves la botella de plástico vacía del agua te retornan unos 30 céntimos. Con razón que muchos sin techo buscan y buscan en las papeleras. Ahora sé que lo que buscan son envases vacíos.

Mañana nos vamos. Pero aprovecharemos el tiempo que nos quede.