Tarde post-comida familiar en casa de mi cuñada. Los niños juegan en el suelo y yo me aburro sentado en el sofá. Alguien pone un canal de dibujos animados. Los niños se alegran y dos de ellos se sientan junto a mí y se disponen a ver la película de la tele. Viene Miriam, una de las gemelas de Pepe y Vicky, y me pregunta:
- ¿Me dejas sentarme, Tomàs, para ver los dibujos?
Me aparto un poco y le digo
- Siéntate aquí -le he dejado un pequeño espacio.
- No -responde- aquí no hay sitio, es muy estrechito.
Entonces me levanto del sofá y me siento en una silla. Miriam se queda sentada en el sofá junto a las demás niñas para mirar los dibujos de la tele.
Varios se sorprenden. Yo no. Se sorprenden de que haya dejado mi asiento a una niñita de cuatro años que quería ver sus dibujos animados en la televisión. Alego que me lo había pedido con respeto y con educación y que yo no podía hacer otra cosa que cederle el sitio.
Si Miriam hubiera tenido treinta o cuarenta años más a nadie le hubiera parecido extraña mi acción.
Los niños de cuatro años no son iguales que los adultos. Pero a la hora de hablar de respeto, sí. En esa zona de los valores humanos hablamos de personas, no de edades.
La escuela Summerhill de Inglaterra pertenece al movimiento de las llamadas escuelas libres. En realidad es una de las pioneras del asunto. Las decisiones sobre la marcha del centro se toman en asambleas. En ellas, el voto de un niño cuenta lo mismo que el del profesor. Claro está de que se trata de temas que afectan a la comunidad, no al trabajo de unos o de otros.
A mí eso me parecía raro y excesivo. Estoy empezando a cambiar de opinión. Allí no hablan de educar en valores y bla, bla, bla. Allí los ponen en práctica.
¿Aquí? ¿Qué hacemos aquí?
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